Ya sea para pasar la pandemia en un entorno natural o para cumplir un sueño postergado, muchos se mudaron a Punta del Este en el 2020.
El anuncio de la llegada del Covid-19 a Uruguay en marzo marcó el inicio de un período de desasosiego. Aunque las certezas aún no existen, aquellos primeros días estuvieron particularmente marcados por una profunda incertidumbre y, mientras se establecían los protocolos sanitarios y las reglas de la nueva normalidad, muchos se preguntaban de qué forma pasarían las semanas de encierro. Tal vez el monoambiente, cerca de todo, perdía sentido si en realidad no se podía ir a ningún lugar. Tampoco tenía tanto valor ese apartamento caro de mantener pero a 10 cuadras de la oficina cuando todos trabajaban desde casa.
Cambiaron las prioridades, la forma de entender el hogar y las necesidades de quienes lo habitan.
Fue en ese momento que muchos decidieron mudarse. Para algunos era una idea que ya estaba rondando en su mente, pero el trabajo los mantenía anclados; para otros fue tan solo una forma de atravesar la pandemia de la mejor forma posible. Y, en ese sentido, Punta del Este se convirtió en el destino muy atractivo para muchos. Como resume Andrés Jafif, alcalde de la ciudad entre 2015 y 2020, "la pandemia potenció Punta del Este". "Los que vivimos acá sabemos que tiene una infraestructura importante y bien armada para poder vivir todo el año, con vida propia, con colegios públicos y privados, con universidades, con centros de salud que cada vez se van aggiornando más, con vida cultural -que hoy puede estar faltando porque hay que mantener una responsabilidad social importante, pero ya van a volver- y seguridad. Hay otra calidad de vida".
Si bien Punta del Este tiene fama de ser cara -y es cierto que los precios de la luz y agua son los más elevados del país- los alquileres anuales son más bajos que en la capital Montevideo. De acuerdo con el exalcalde, también vinculado al sector inmobiliario, por un monto similar al que se gastaría en Montevideo se pueden alquilar apartamentos más grandes o en edificios de "mayor categoría" con "servicio de mucama o en un piso alto con vista al mar".
Entonces, para muchos resulta tentador dejar el apartamento de dos dormitorios y mudarse a una casa de tres en un lugar tranquilo, como Pinares. No solo se ganan metros cuadrados, sino que hay un mayor contacto con la naturaleza. Entre videollamada y videollamada uno puede bajar a la playa a desconectarse un rato o sentarse en el patio y respirar profundo.
Cambio de aire. Ese es el caso de Agustín, que desde julio vive en el balneario esteño junto con su familia. "Con mi pareja veníamos hablando desde hacía un par de años la idea de irnos a Punta del Este en algún momento, pensábamos que iba a ser bastante más adelante, cuando tuviéramos hijos en edad de empezar la escuela. Era un plan borroso, una idea difusa. La pandemia, la normalización del teletrabajo, hizo que se pudiera catalizar mucho antes", cuenta.
El estudio de arquitectura en el que trabajaba pasó a operar de forma remota y después de estar dos meses en La Pedrera -que inicialmente iban a ser dos semanas- decidieron mudarse a Punta del Este, a una casa con patio, para que su hijo de casi dos años tuviera más espacio para correr y divertirse. "Tener un fondo, un espacio de esparcimiento exterior, te cambia la vida. Tenés que moverte menos para estar en un espacio exterior agradable, podés ir a la playa", explica. Poco después lo llamaron para trabajar a distancia en un estudio londinense y ahí la decisión cobró aún más sentido.
Si bien esta mudanza fue un experimento en este año tan extraño, Agustín no descarta quedarse allí de forma permanente. De hecho, con su pareja ya están estudiando la oferta educativa del lugar que, según comenta, "es muy buena".
Desde el punto de vista de las instituciones, la migración es evidente. Por ejemplo, en el International College recibieron una cantidad inusual de consultas sobre fines de marzo. Para el segundo semestre del año ya había 75 alumnos nuevos, uruguayos y de otros países, principalmente argentinos pero también estadounidenses, suizos y mexicanos, que desembarcaron en el país tras las noticias que recorrieron el mundo sobre el "buen manejo de la pandemia". A ellos el colegio les brinda "una guía de información de profesionales, negocios, oficinas gubernamentales, embajadas y todo lo que puedan llegar a necesitar para su reubicación en Uruguay", según contaron a Galería. Para el año que viene ya tienen 80 nuevos inscriptos.
Por otro lado, en el club de golf Cantegril Country Club tuvieron un invierno atípicamente movido -en oposición esperan un verano inusualmente quieto-. De acuerdo con Velio Spano, director deportivo del club, esto tiene que ver principalmente con los argentinos que decidieron pasar la pandemia en Uruguay, aunque también hubo socios locales que practicaron el deporte. "En marzo el panorama era de total incertidumbre y ante eso reaccionamos restringiendo los horarios de atención y el personal para ver después qué iba a ocurrir... Y después lentamente fuimos flexibilizando los horarios y el staff de funcionarios para poder brindar el servicio normal. De tener un promedio de 30 personas pasamos a tener 80, pero la duda es qué va a ocurrir en el verano", comenta.
Ya sea golf, paddle board o una simple caminata por la playa, las actividades al aire libre son parte del atractivo del balneario y lo que buscan (y aprecian) los montevideanos al mudarse. Por ejemplo Marcelo, que trabaja en un estudio contable, prácticamente cambió el auto por la bicicleta, empezó a hacer clases semanales de surf -un gran pendiente en su vida-y también practica tai chi al atardecer en la playa. "Me levanto todos los días como si estuviera de vacaciones. No me falta nada", afirma.
Lo único que temía extrañar son las actividades culturales, pero no han faltado las ocasiones para visitar galerías de arte o comentar cine con un pequeño grupo de aficionados. Además, al tener más tiempo libre, pudo empezar a tomar clases de pintura al óleo, algo que lo ayudó a vincularse con las artes visuales desde un punto de vista "no tan crítico". "Soy una persona a la que siempre le gustó la ciudad, el arte, los museos, iba muy seguido a Buenos Aires o a la feria Art Basel en Miami. Pero en definitiva el vivir en un lugar donde no hay tránsito, que estoy a cinco minutos de mi trabajo, es una experiencia hipersatisfactoria. Me mejoró la calidad de vida", explica.
Justamente, la combinación entre la calma de un balneario y la movida de una ciudad es lo que diferencia a Punta del Este de otros destinos de la costa para vivir todo el año.
Tendencia global. Este fenómeno no es una particularidad de Uruguay, sino que está sucediendo en las principales ciudades del mundo como Nueva York, Londres o París. Según una encuesta de Pew Research Center, 37% de los estadounidenses de entre 18 y 29 años se mudaron, recibieron a alguien en sus hogares o conocen a alguien que se ha mudado en los últimos meses. En Manhattan, solo 1 de cada 10 oficinistas han regresado a su trabajo, según datos del Wall Street Journal. Por ende, para ellos es lo mismo estar en sus pequeños apartamentos en Manhattan o regresar a sus estados natales, por ejemplo, donde el costo de vida es más bajo.
Estos movimientos se dan con más frecuencia entre los jóvenes y, sobre todo, entre aquellos que tienen un título universitario, porque son quienes acceden a trabajos que les permiten conectarse de forma remota y no les exigen presencialidad. Según una encuesta de la consultora uruguaya Nómade, 41% de las personas con un nivel socioeducativo alto teletrabajó de forma total o parcial en agosto de este año, mientras que en el nivel socioeducativo bajo solo 5% lo hizo.
Eso se ve reflejado en el perfil de los nuevos residentes de Punta del Este, que coincide con el de las personas que pasaron a trabajar a distancia. Son menores de 40 años y, en su mayoría, con estudios terciarios.