De Punta Ballena hasta El Faro de José Ignacio una guía con las claves para contemplar las puestas de sol en la costa esteña.
No hay verano sin atardecer y para los amantes del mejor momento del día, sin prisa ni atajos, las puestas de sol en Punta del Este son casi insuperables. El ritual nunca es el mismo. A partir de las cinco, seis de la tarde, empiezan los afterbeach. La cita siempre es convocante, la oferta cambia de acuerdo a la ubicación del parador o la playa. Lo que nunca falta es la buena compañía, algo para tomar, música y claro el escenario natural.
Con más de 35 kilómetros de extensión de playa la pregunta que surge es cuál ofrece el mejor espectáculo al aire libre. Una guía:
• Punta Ballena, a 15 kilómetros del centro de Punta del Este, ofrece uno de los miradores mejor emplazados de toda la costa uruguaya. Sobre la pendiente es posible apreciar como el sol se esconde de manera suave y delicada. Uno de los íconos de Uruguay es Casapueblo, obra que inició en 1958 el muralista, artista y escultor uruguayo Carlos Páez Vilaró, con una de las paradisíacas vistas de toda la costa. Desde el museo de sus terrazas la mirada se pierde entre el ritmo de las olas, el viento y el color del sol.
• La Mansa, cerca de las seis de la tarde los veraneantes se trasladan a esta zona. En toda su extensión, de oeste a este, desde la parada 24 en la zona de Las Delicias hasta la parada 1 de Punta del Este, ya sea de la Rambla o la arena se logra una de las mejores vistas. En solitario o compañía cada atardecer ofrece una experiencia diferente.
El parador Ovo Beach, frente al Enjoy, cuenta con una puesta de sol particular y entretenida, con vista a la Isla Gorriti. Todos los días de enero desde las 18:30 hasta las 21hrs, acompañado de la música del Dj Ale Lacroix. Se vive desde los camastros, tomando un trago o desde una moto de agua.
• El puerto de Punta del Este, antes de la llegar a La Brava esta es una parada obligada para los amantes de la famosa golden hour (hora dorada). Un destino popular con movimiento diario y que vive su auge antes del anochecer. El paisaje natural del Este se funde con el contexto marítimo y los veraneantes optan por contemplar las tonalidades vibrantes mezclándose entre los mástiles y sus velas. Son varios los restaurantes que disponen de una carta especial para los paladares exigentes de la tarde. Las selfies con la bola naranja de fondo son casi obligatorias.
• Bikini Beach de Manantiales, la puesta es más ruidosa, el atractivo natural compite con el ambiente millennial. No se logra ver cómo el sol cae en el agua porque la península se interpone entre los ojos y la línea del horizonte, sin embargo el cielo poco a poco se va tiñendo de colores ofreciendo una paleta inolvidable. A partir de las cuatro casi cinco de la tarde, los jóvenes llegan con su música, medialunas y tragos con un claro objetivo: dar inicio a nuevo encuentro a metros del mar.
• Punta Piedras. A medio camino entre La Barra y José Ignacio se puede apreciar la mística de toda la península de Punta del Este con su reconocido skyline recortado por el anaranjado del cielo. Conocido por ofrecer una inmejorable postal del mar abierto. Elegido especialmente por los uruguayos aunque , la voz se corrió en las últimas temporadas se fue poblando de veraneantes argentinos. Hay un polo foodie que invita a pasar la tarde de manera relajada y con el sonido del mar.
• La Mansa de José Ignacio a 30 kilómetros del Este, reúne todas las características para que la vista del sol sobre el horizonte sea perfecta. Se destacan distintos paradores con ofertas gastronómica y de entretenimiento para acompañar el “mejor momento del día”. Los paradores La Choza del Mar y Bahía Vik organizan los afterbeachs más trendy; música en vivo, ambientación rústica y coctelería de autor para recibir la noche esteña.
• El Faro de José Ignacio, casi llegando a Laguna Garzón, es otra de las opciones para poder tener una vista panorámica de la costa uruguaya. Este balneario supo ser un tranquilo pueblito de pescadores y hoy está en plena expansión de actividades. Construido en 1877 con una facha de piedra es posible subir hasta sus 32 metros de altura y ser testigo de un escenario único.