"Están locos, nadie vive ahí en invierno, no van a encontrar trabajo", les dijeron sus amigos y familiares. Estaba claro que el cambio por el que estaban apostando no tenía sponsors. Pero se mantuvieron firmes en su decisión y ese invierno de 2018 cruzaron el charco.
Era cierto: efectivamente Lucía Mérega y su pareja no conocían a nadie que viviera en Punta del Este, Uruguay, y nunca habían pasado unos días en los meses fríos en aquella ciudad. Pero había algo que los atraía hacia aquel horizonte, especialmente a ella, y confiaba en que su instinto no la traicionaría.
Lucía y su pareja vivían en Belgrano, en la Ciudad de Buenos Aires. "Trabajaba a 80 km de casa. Todos los días salía a las 7 de la mañana y llegaba a las 7 de la tarde de la oficina. La ida y vuelta me tomaba 3 horas diarias y me quedaba poco tiempo para hacer otras actividades. De todos modos me las ingeniaba para hacer talleres y algo de actividad física. Trabajaba en el área de Desarrollo de Recursos Humanos de una importante empresa multinacional. Mi aporte consistía en dar seguimiento a la vida de los colaboradores en la empresa: cómo era su desempeño y potencial, sus expectativas y objetivos de carrera en la compañía, detectar necesidades de capacitación, experiencias o mentoreo, medir qué tan satisfechos se sentían con el clima de la organización, promovía programas de bienestar y de equilibrio entre trabajo y vida personal".
Punta del Este siempre había estado dentro de su horizonte de posibilidades. Cada vez que podía, Lucía se escapaba a aquella ciudad que tanto amaba. Aunque fuera por un fin de semana, armaba su bolso y se dejaba llevar por la fresca brisa de un paisaje que siempre la remontaba a los mejores recuerdos. "Venía todos los años, aunque fuera por un fin de semana. En esos casos, viajaba los lunes a la madrugada de regreso para llegar directo al trabajo. Desde bebé tuve la suerte de pasar mis vacaciones en Punta del Este. Siempre me encantó. Veranos en familia, con amigas, muchas escapadas con mi novio. Punta del Este vio todas mis versiones. Siempre fue ese lugar al que quería volver. Recuerdo las cosquillas en la panza y adrenalina que sentía cada vez que miraba esa primera vista del mirador de Punta Ballena, donde se ve el mar de la playa de Solanas por primera vez. También la sensación de vacío que sentía cuando me iba. Con el tiempo me di cuenta que mi cuerpo y mi emoción me estaban diciendo algo".
Necesitaba un cambio de vida. Y no lo dudó. Rescindieron el contrato de alquiler del departamento donde vivían, vendieron el auto, todos los muebles, algunas pertenencias y emprendieron rumbo a lo desconocido. Solo llevaron dos valijas. "Este cambio de vida me sacó de mi zona de confort. Llegamos un 7 de Julio, en pleno invierno y con una tormenta terrible. Ese invierno fue particular: llovió durante tres semanas enteras, pero por suerte no hacía tanto frío. Me había hecho la idea de que iba a ser peor".
A pesar de que no era, quizás, el panorama con el que esperaba encontrarse, la realidad es que Lucía disfrutó ese salto, fue un momento de apertura de cabeza y de corazón. Pero todavía tenía mucho camino por recorrer. "Mudarme implicó dejar atrás mi vida profesional: no se demandan tus servicios, eso fue lo primero que me dijeron al llegar. Tuve que volver a arrancar de cero y guardarme el título y la carrera que tanto tiempo me había costado construir. Mi primer trabajo fue de asistente de organizadoras de eventos: tenía que levantarme a las 5 de la mañana para desarmar un salón, sacar almohadones y barrer el piso. Desde luego no era el trabajo que buscaba. Por eso, sin darme por vencida, sabía que me sostenía un recuerdo. Cada vez que me iba de Punta del Este cuando estaba de vacaciones, al subirme al auto o al colectivo, se me hacía un nudo en la garganta, me agarraba una gran angustia, como si estuviera dejando mi casa".
A diferencia de su novio, que es economista y maneja su propia empresa, en ese tiempo Lucía tocó mil puertas, participó de distintos proyectos, probó nuevos hobbies (tachó varios de su lista de "pendientes": cerámica, pintura en acrílico, acuarelas, tenis, entre otras actividades). Y además, comenzó a conectarse con el aquí y el ahora a través de la práctica de la meditación, el mindfulness y el detox de celular.
Las emprendedoras locales
También se propuso trabajar en un co-work para poder conectarse con la comunidad de emprendedores locales. De ahí surgieron varios trabajos, clientes y amistades. Así fue que conoció a la directora de una de las principales consultoras de Recursos Humanos de Uruguay y empezaron a trabajar en conjunto en temas de selección y desarrollo de personal. Además, fue convocada para llevar adelante procesos de selección para su ex empleador en Argentina. Luego de casi dos años de vivir en la playa, el slow living le permitió encontrar su verdadera pasión: ayudar a personas a desarrollarse personal y profesionalmente. Y así consolidó su propia empresa. Hoy Lucía se dedica a ayudar a organizaciones de Argentina (trabaja a distancia para ellas) y Uruguay para atraer y desarrollar a sus talentos. También es Coach y ayuda a personas y a emprendedores a desarrollarse personal y profesionalmente.
Además, creó una cuenta de Instagram (@thehappylifejournal) y un podcast "The Happy Life Journal" y dicta el taller "La Felicidad como un viaje", espacios en los que invita a las personas a recorrer un proceso de autoconocimiento y transformación personal para diseñar una vida más auténtica, plena y feliz, desde donde estén.
"La dinámica de vivir en la playa es complemente distinta a lo que uno imagina: en los veranos te encontrás trabajando 12 horas por día. La gente que te viene a visitar no entiende mucho que es en la temporada cuando florecen los proyectos y oportunidades laborales. Lo bueno es que cuando cortás al mediodía o a la tarde, siempre podés ir a pegarte un chapuzón. Obviamente que disfrutamos más cuando tenemos la playa para nosotros el resto del año. Al principio venís medio enchufado con el ritmo de allá pero después te das cuenta que acá las cosas van a otro ritmo, más tranquilo, más presente. Bajás un cambio".
Red de contención
El laboral no fue el único desafío que Lucía enfrentó. ¿Cómo iba a formar su círculo de amistades?¿Quiénes se convertirían en sostén y contención en un país donde realmente no conocían a nadie?
"Cuando decidimos venir a vivir acá no conocíamos a nadie. Le pregunté a una amiga de Montevideo si conocía a alguien, me pasó el contacto de una amiga. Le escribí y ella me puso en contacto con una argentina que me integró a su grupo de amigas el mismo día que la conocí. En el grupo éramos una mitad argentinas y la otra uruguayas. Me integraron sin problema. Al día siguiente hicimos juntada con parejas y mi novio se hizo amigo de las parejas de mis amigas. Tuvimos suerte, formamos una red de contención que fue clave. Hacíamos asados, nos juntábamos a tomar mates al atardecer, hacíamos juntadas de arte y vino en la casa de una amiga que es artista. Aún hacemos todo eso. Hasta nos juntamos a ensayar para formar una banda. Comprendí que todas estas son experiencias, momentos, recuerdos que estoy construyendo. Si bien trabajo alrededor de 8 horas por día, manejo mis tiempos y, sobre todo, elijo invertir en tiempo para mí, para desconectarme y volver a conectar conmigo y con los demás".
Con el tiempo, Lucía llegó a la conclusión de que no existe una "receta" perfecta para la felicidad, que la felicidad no es una meta, un objetivo o un destino sino que la felicidad es un viaje, un camino que tiene distintas estaciones y lugares. "Algunos de esos caminos nos gustan y otros no tanto, algunas actividades y experiencias las podemos planear y otras son inesperadas. El viaje de la felicidad tiene momentos de emociones diversas (alegría, sorpresa, miedo, tristeza, etc.) y tiene personas que lo hacen especial. Como todo viaje, nos invita a conectarnos con nosotros mismos y con otros y siempre una vez que lo experimentamos, nos trasformamos, nos renovamos de energía. Este viaje, a diferencia de otros, es un viaje que podemos hacer todos los días con los ojos abiertos y el corazón contento".